Por poco caigo de bruces,
al irrumpir en el círculo;
vistiendo un traje de luces,
estaba un hombre ridículo.
Pantaloncillo entallado
y una chaquetilla corta;
el cabello bién peinado
terminado en una cola.
Con una muleta roja
me invitaba a embestir,
como queriendo le coja,
cortándole su existir.
Ví la muerte en ese amigo,
jugué su juego con gusto;
quería acabar conmigo,
yo pensaba darle un susto.
Con las gargantas eufóricas
la gente gritaba: ¡Olé!;
me hizo varias verónicas
que bién que las aguanté.
Se me acercó de puntillas
armándose de valor;
me clavó unas banderillas
y me cimbré de dolor.
Furioso por el dolor,
miré como se confiaba;
le gritaban: ¡Matador!,
el público le aclamaba.
La plaza sangre pedía,
no me pude resistir;
si la gente lo quería,
lo tenía que embestir.
Con su espada por delante,
él, se me tiró a matar;
me moví en ese instante
y solo me alcanzó a rozar.
Con mis cuernos en su pecho
yo lo levanté en vilo;
el daño ya estaba hecho;
de su vida corté el hilo.
Le destrocé el corazón
cuando le esquivé la espada;
y el hombrecillo en cuestión,
cuando cayó, muerto estaba.
¿Es que no sangre pedían?;
yo les hice la faena,
pues les dí lo que querían;
revolví Sangre y Arena.
FIN.