Hasta hoy, hubo pocos momentos felices en mi vida, a decir verdad, no recuerdo uno solo digno de hacer mensión. Eso no está nada bién, por lo mismo me puse a analizar el porqué.
Al principio me fuí por lo más superficial y, como todos, le heché la culpa a las circunstancias, a la pobreza, al trabajo, a las presiones, en fín, me dediqué solamente a buscar culpables y sí que los había, pero no quien o quienes yo creía.
Después, profundizando en el análisis me dí cuenta, muy a mi pesar, que el único culpable de mi falta de alegrías...¡¡¡Soy yó mismo!!!.
La alegría estaba, (y aún está), allí, en cada momento, en cada rincón, en cada calle, en cada objeto, en cada persona, en cada pedazo de cielo, mar y tierra, en el aire, en la brisa, en fín, en todas partes, esperando paciéntemente que seamos capáces de descubrirla y hacerla nuestra compañera de viaje.
Pero... tonto de mí,-yó diría ESTÚPIDO- así con mayúsculas, ensimismado por mis miedos, mis rencores y por "el qué dirán", me negaba a verla y ella -la alegría-, me salía al paso a cada instante danzando en círculos a mi derredor queriendo llamar mi atención, pero tonto de mí, la he despreciado en beneficio de mi otra compañera de viaje, -la tristeza-, que aquí ente nos, no me gusta para nada (en otra ocasión escribiré sobre ella).
¿Cuándo aprenderé a hacerle caso a mi voz interior?. De haberlo hecho, me hubiera evitado muchos tragos amargos.
Estoy convencido que la tristeza y la alegría son necesarias en nuestras vidas, de otro modo ¿como podríamos diferenciar los estados de ánimo a falta de algo con qué hacer la comparación?. Digo que son necesarias pero conservando el equilibrio natural de las situaciones que se nos presentan a lo largo de nuestras vidas.
Hoy, me propongo aceptar a la alegría como compañera de viaje, en esta aventura que es la vida. Sea pués. BIENVENIDA A BORDO.
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