El calendario romano (allá por el año 753 a.c) era de 12 meses y 365 días, hasta que se descubrió que el tiempo que tarda la tierra en dar la vuelta al sol duraba un poco más: 365,25 días. Este desfase había producido un retraso de 90 días a lo largo de los años, por lo cual, las estaciones no se correspondían, y esto era un problema para las cosechas.
El sabio Sosígenes, por encargo de Julio César, solucionó el tema añadiendo un día bisiesto cada 4 años y se le quitó un día a Febrero. En honor al emperador se cambió el nombre del primer mes de verano, Quintilis, por el de Julius.
Cuando Augusto se proclamó emperador, para no ser menos, cambió el nombre del mes Sextiles por el de Augustus y se le quitó otro día a Febrero, quedando con 28 días.
Este calendario funcionó hasta que en 1582 se descubrió que no eran 365,25 días el periodo de rotación de la tierra sinó que 365, 2422 días. Esa diferencia, aunque pequeña, se habría notado al cabo de los siglos. Así que el Papa Gregorio XIII ordenó una comisión de sabios, los cuales adoptaron las siguientes medidas:
1. No serían bisiestos los años terminados en dos cuyas primeras cifras no fueran múltiples de cuatro.
2. Saltar 10 días en el calendario. Se pasó del jueves 4 de Octubre al viernes 15 de Octubre. Estos son los 10 días perdidos de la historia.
Este calendario, llamado Gregoriano es el que utilizamos aún hoy en día.
Como dato curioso, los que murieron el 4 de Octubre, no fueron enterrados hasta el 15 de Octubre.
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