En nuestra historia hispanoamericana, el mes de octubre trae a la mente la gran hazaña descubridora de Cristóbal Colón. Y es que el 12 del mismo mes, por enseñanza que recibimos desde la escuela primaria, solíamos celebrar -hasta en las escuelas de gobierno- el que llamábamos -y seguimos llamando- "Día de la Raza", que derivó luego en "Día de la Hispanidad", que en Hispanoamérica celebraban tanto democracias como dictaduras y en España sigue constituyendo toda una fecha de carácter nacional, que ni la II República Española (1931-1939), reconocida por su carácter socialista, dejó de poner en alto para festejar la gesta colombina.
Pero es ahora, pasados los años, cuando se ha desatado esa ola de rechazos y ataques a la figura insigne del descubridor de América. Sin embargo, las agresiones a Colón son tan viejas como el mismo Colón, cuya vida de navegante registró amargas humillaciones e ingratitudes, así como injusticias que pasaron a la posteridad, como el hecho de llamarse América el continente e islas que él descubrió y no Américo Vespucio, cartógrafo italiano, contemporáneo de Colón y a quien la historia rutinaria señala como una especie de usurpador de las glorias del gran Almirante de las Indias. Se nos antoja oportuno comentar el hecho, ahora que hemos vuelto a releer el interesante y poco conocido folleto del ilustre obispo-historiador de Yucatán don Crescencio Carrillo y Ancona, editado en 1890, en la imprenta de José Gamboa Guzmán.
Se trata de un estudio filológico, intitulado "El nombre de América y el de Yucatán" (por ahora sólo nos ocuparemos del primero), producto de investigaciones del insigne autor y de reconocidos sabios e historiadores de la época y que el obispo yucatanense dedicó y envió a los organizadores del Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en París, en aquellos días, siendo muy comentado y elogiado. El obispo Carrillo, profundo conocedor del idioma maya hasta sus más hondas raíces, señala que el nombre de América no viene del de Américo Vespucio, tal como se ha creído ancestralmente, sino de Amerique o Americ, nombre indígena maya que significa "país donde sopla el viento", ubicado al pie de la Sierra de los Chontales, cerca de la costa de los Mosquitos, del Mar Caribe (Centroamérica), que hoy forma parte de la República de Nicaragua, uno de los territorios que descubrió Colón en su 4o. viaje (1502) y que desde tiempo inmemorial ya se llamaba así. Al mismo tiempo -señala Carrillo y Ancona-, el italiano Vespucio, quien trazó los primeros mapas de esas regiones descubiertas por Colón, no se llamaba Américo, nombre de pila que nunca existió en Italia ni en la Europa de aquel tiempo.
Su verdadero nombre, con el que siempre firmó sus mapas y escritos, fue Alberico o Albericus (en latín) o Alberto en español; y sólo empezó a firmar como Américo, alterando su verdadero nombre, años después, cuando apareció la 20a. edición de sus famosas cartas geográficas en 1506-O7, cuando Colón se hallaba en su lecho de muerte. Fue cuando el todavía llamado Alberico Vespucio puso atención en el antiquísimo nombre maya de Amerique (parecido al de Alberico) y se lo apropió ("fusilándolo"), lo cual aclara que en realidad Américo, el cartógrafo, no impuso su nombre al territorio de América, sino fue este antiquísimo de Amerique el que fue aprovechado por Vespucio para inmortalizar su ya transformado nombre de Américo, el cual recogió la posteridad, abarcando con él todo el resto del continente para desventura de Colón, una más en la vida del Gran Navegante.
La tesis de Carrillo y Ancona, aceptada en altos círculos intelectuales de su tiempo, abordaba también el hecho de que el grandioso idioma maya llegó a extenderse a lugares muy lejanos a la península de Yucatán y alcanzar regiones tan distantes como Nicaragua y aún más lejos de allí.-
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Artículo original de: Juan Francisco Peón Ancona, Cronista de Mérida, Yucatán.
Referencia: Diario de Yucatán
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